miércoles, 19 de septiembre de 2012

"Detransustanciación", Una Herética Neo-doctrina Modernista.

En días anteriores, varios sucesos a repetición trajeron al ruedo la expresión de una neo-teología modernista la cual vale la pena ser tratada, pues esta resulta ahora más común de lo que la Iglesia quisiera imaginar. Tal es la expresión de la posibilidad de una Destransustanciación de la Eucaristía, posterior al oficio de la misa y el momento de la comunión.
El primer encuentro con este aberrante término, se suscito a raíz de la publicación burlona en Internet de una profanación del Santísimo Sacramento, el cual sería robado, tras la entrega a un dedicado ateo de la comunión en la mano, práctica que una vez más es abiertamente demostrada como facilitadora de todo tipo de maldad hacia el Sacramento, la desacralización y la paulatina no identificación de la Presencia Real de Cristo en la eucaristía por parte de los fieles. Tras la profanación, algún forista preocupado e indignado indagaría a un seminarista (Dios nos ampare) sobre las posibles consecuencias de tan maligno evento, a lo que este, convencido de sus palabras, comentaría que tal hostia, ya no tendría la Presencia Real de Cristo, ya que este, al ser profanado, abandonaría la sustancia divina quedando entonces un mero pan, hecho que tendría por nombre "destransustanciación", aparentemente y por desgracia no formulado por él más enseñado por su educador, lo que implicaría sin dudar un conglomerado de sacerdotes y futuros sacerdotes inclinados a enseñar tal doctrina.
Sin entrar a revisar la MULTITUD DE TESTIMONIOS EXISTENTES ignorados en los que Jesús Eucaristía, ha permitido el milagro patente de sangrar antes y durante las profanaciones, es propio entrar a considerar un poco la verdadera naturaleza de la Eucaristía y con esta, la de los demás sacramentos y los pronunciamientos de la Iglesia al respecto.

Tal doctrina donde sea escuchada, debe ser a doquier debatida y retada, pues está cargada además de ignorancia, de una notable impertinencia. A continuación propongo 2 elementos, para afianzar la confianza y poder afrontar el tan difícil discurso apologético intraeclesial.

Es de saber, que tal apreciación, ahora HEREJÍA, evidentemente no es nueva, al punto que el Santo Concilio de Trento ya pronunciaría un claro anatema al respecto:
D-886 Can. 4. Si alguno dijere que, acabada la consagración, no está el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo en el admirable sacramento de la Eucaristía, sino sólo en el uso, al ser recibido, pero no antes o después, y que en las hostias o partículas consagradas que sobran o se reservan después de la comunión, no permanece el verdadero cuerpo del Señor, sea anatema [cf. 876] Sesión XIII
Tal canon, y los previos y siguientes a la citada sesión del Concilio de Trento, no deja lugar a dudas para nadie, ya que esta es una solemne afirmación a perpetuidad para la Iglesia en cuanto a doctrina eucarística se refiere. Esta afirmación sola no requiere ningún tipo de matiz o apreciación para ser refrendada, más en un ánimo explicativo, puede traerse a colación otro punto elemental: la indisolubilidad de los sacramentos.
No es necesaria la extensión sobre este tema, ya que una observancia somera sobre los otros 6 sacramentos, nos permite ver que, como portadores de la gracia, son todos perdurables e irreversibles una vez dispensados por un ministro de la Iglesia. A la luz de esta  fugaz observación, no puede afirmarse que la naturaleza y el poder del mayor de los sacramentos, es reversible más por la vía de la especulación.
A la luz de la Sagrada Escritura, mucho menos que puede ser explicada, sin entrar en algun tipo de negación o pormenorización del sacrificio de Cristo.
La Eucaristía sabemos por la patrística, está íntimamente relacionada con la creación y la encarnación. Ambos casos nos presentan momentos de la realización tangible de la materia espiritual. Ahora por la eficacia de las palabras del sacerdote y en ellas la gracia divina, sucede la institución de una totalmente nueva naturaleza, una verdadera y efectiva transustanciación de las especies consagradas, en las que el Señor se hace promesa y víctima eterna por el perdón de los pecados. Esta naturaleza nueva, no cambia, no se revierte. Es un sacrificio real que es llevado a término y que perdura sin importar que, aunque su final destino pueda suponer para algunos la perdición propia, no por la voluntad de un castigo divino, más por la mera ignominia y cerrazón humana (1 Cor 11,29-31).
Las palabras de San Pablo a los corintios, dejan ver con claridad, como la víctima misma presente en el Sacramento, permite ser profanada aun para el triste destino del profanador y este hecho no puede ser ignorado o tomado a la ligera.

En un animo más de rectificación que de crítica, en necesario decir que en lo que respecta a la Iglesia actual podemos ver en los límites de esta propia cerrazón, algunos grupos en la Iglesia, quiera Dios por ignorancia al menos de los fieles de manera que alcancen su gran misericordia (Lucas 23,24), persisten en una deficiente o autodidacta catequesis y práctica en este respecto, profanando a doquier el cuerpo del Señor cuando le manipulan de manera impropia al tomar la comunión en la mano.

Con asombro puede verse además con regularidad por parte de los modernistas, que de manera individual y/o colectiva, al abordarse estos temas, acusan de "tridentinismo arcaico" o "fariseismo" a cualquier intención por recuperar la dignidad y la justa observancia hacia el Augusto Sacramento.
Pretenden además algunos ver errada e ignorantemente en el Concilio Vaticano II, una dispensa o una reforma a las declaraciones solemnes y anatemas del Concilio Dogmático de Trento acerca de la Eucaristía y otros temas, en un camino a la formación inequívoca de un magisterio paralelo lleno de vacíos teológicos y suplantando de ser necesario la santa observancia y obediencia por un inconsecuente facilismo.
Por ello, debemos pues los creyentes insistir en la educación de identificación pertinente de todos los fieles, en lo que corresponde a lo sagrado.

Sean pues esta oportunidad para que los lectores, motivados por el presente documento, promotores de la reverencia de Nuestro Señor Sacramentado, de la sana práctica de la comunión en la boca y en general de la Santa Doctrina de la Iglesia, pilar de la verdad.


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